El valor de la agricultura en la era Covid-19

En estas semanas todos hemos dado las gracias a aquellos que, de una manera u otra, nos han permitido que el resto nos quedásemos en nuestras casas para enfrentarnos al Covid-19. Nos van a faltar gracias para reconocer la labor que está llevando a cabo nuestro personal sanitario, y también para todos los que, con su trabajo, nos permiten proveernos de los productos básicos, como son, por ejemplo, los alimentos. La cadena logística, la industria y, por supuesto, la gente del campo también son parte de nuestros héroes.

Se ha hablado mucho en esta crisis de cómo parte de la industria nacional ha dado un vuelco a su imagen modificando en cuestión de días líneas de producción para fabricar y donar materiales vitales -mascarillas, respiradores- o productos para la higiene y la desinfección. Lo mismo ha pasado, por ejemplo, en Italia.

Hoy, más que nunca, somos conscientes que las frutas y verduras no crecen en los lineales de los supermercados, y que los agricultores y todo el sector han seguido en el campo, a pesar de esta difícil situación, para que las tiendas sigan llenándose de alimentos. El sector primario debe su nombre precisamente al hecho de que satisface una necesidad básica e indispensable de cada ser humano: alimentarse.

A pesar de su papel indispensable, soy muy consciente que la agricultura proyecta en la opinión pública una imagen de sector anticuado, nada glamuroso y, a menudo, poco tecnificado. La realidad es muy diferente: la agricultura actual no tiene nada que ver con la de hace 50 años y se apoya fuertemente en la tecnología y la digitalización. Ésta utiliza prácticas agrícolas sostenibles y modernas, así como insumos cada vez más respetuosos con el medioambiente.

Estoy segura de que el futuro del sector agrícola pasa necesariamente por continuar ese proceso de modernización y digitalización ante los grandes desafíos globales: alimentar a una población global en constante crecimiento (10.000 millones en 2050, ahora somo 7.500) preservando al mismo tiempo la biodiversidad. La estrategia más eficiente para garantizarla pasa por la protección de los espacios naturales para no tener que convertirlos en áreas de producción agraria. Sin embargo, debido al cambio climático, ya es un problema incluso mantener las zonas cultivables actuales. Por eso necesitamos incrementar la productividad de las que disponemos, lo que sería imposible sin el empleo de innovaciones tecnológicas, digitales y para la protección de los cultivos.

Este tema lo conozco de cerca, por mi trabajo, y siempre me sorprende: la sociedad celebra la innovación y los avances científicos en la lucha contra las enfermedades que afectan a los humanos. Las plantas también son seres vivos y se enferman. De hecho, si no las curáramos en campo, el 40% de las cosechas se perderían por enfermedades o plagas. Y los medicamentos de las plantas son los productos fitosanitarios. ¿Por qué los avances en este campo no se perciben entonces igual a los de la farmacología y medicina para humanos?

La opinión pública tiene que ser consciente que una agricultura sin fitosanitarios, sin tecnificación y sin una apuesta por la digitalización, no podrá dar respuesta a los enormes retos a los que nos enfrentamos e incluso ayudar a mitigar el cambio climático. El Objetivo de Desarrollo Sostenible número 2, que habla del “hambre cero” necesita la protección de nuestros cultivos para llevarse a cabo. Y éste es perfectamente compatible con el 13 y el 15, que nos mandan la protección del clima y de los ecosistemas terrestres.

No solo se trata de un tema de sostenibilidad ambiental, que lo es, sino también de un tema económico. ¿Hacia dónde queremos ir en la era post-Covid-19? ¿Hemos aprendido algo? ¿Vamos a cambiar algo? ¿Es sostenible la hipermovilidad de personas y bienes, o bien hemos de optar por modelos de más cercanía?

En 2017, el sector agrario empleó sólo de forma directa a más de 749.000 personas, generando una producción vegetal de más de 25.300 millones de euros en ingresos. En el mismo año España tuvo unas exportaciones agrícolas que contribuyeron a mejorar la balanza comercial española en 6.555 millones.

Es evidente que el sector primario lo está haciendo bien y constituye un ejemplo de economía real y columna vertebral para la economía española, a pesar de los recursos reducidos y de las muchas dificultades debidas a la meteorología, a la falta de liquidez y al difícil acceso al crédito, así como a los bajos precios a los que se venden los productos agrícolas. Y podría seguir con más ejemplos.

Ha llegado el momento en el que deberíamos replantearnos cómo y de qué sectores queremos vivir en un futuro. La pasada crisis de 2008 ya nos mostró que aquellos países con una industria productiva fuerte y estable salieron antes y con más fuerza de ella. A la vista está que el modelo actual no funciona y, a pesar de la magnitud trágica de la situación actual, no deberíamos subestimar la oportunidad que nos brinda de replantearnos muchas cosas que dábamos por hechas y apostar por aquellos sectores que están en la base de la economía y que tienen valor real a largo plazo.

Es un buen momento para mirar a corto, medio y largo plazo. Es momento de agradecer, ayudar y mirar al horizonte. Tocará ayudar a los que más lo necesiten y poner las bases de un futuro que debe cuidar a los que nos cuidan. Más allá, inclusive, del aplauso.