La transición de los soutos gallegos para duplicar el negocio de la castaña

La IGP Castaña de Galicia trata de impulsar la profesionalización de una actividad que tiene un importante componente social y medioambiental en la Comunidad líder en producción, pero que funciona a medio gas moviendo 100 millones de euros al año, la mitad de lo que podría generar

Que la pandemia ha afectado a todos los aspectos de nuestra vida es indiscutible; incluso, al olor a castañas asadas que por estas fechas debería impregnar nuestros hogares y envolver nuestros paseos vespertinos. En este anormal otoño de 2020, ese evocador aroma tampoco es como era. No obstante, la producción castañera española no verá frenada su buena salida a los mercados. Y es que, la demanda sigue siendo mayor que la oferta en un sector que está claramente liderado por Galicia, cuyo territorio absorbe más de la mitad de la producción nacional. Allí, donde la recogida de castaña representa mucho más que una tradición, un enorme potencial aún por aprovechar ha sumergido a esta actividad forestal en una gran transición. Objetivo: profesionalizarla, exprimir más y mejor los soutos para favorecer la creación de empleo verde en el medio rural.

Esa transición viene especialmente impulsada desde la Indicación Geográfica Protegida Castaña de Galicia y así lo confirma su presidente desde 2008, Jesús Quintá García. Vinculado laboral y emocionalmente a la castaña desde niño, afirma que se ha convertido en vital abordar cambios para mejorar sus perspectivas de futuro. No en vano, en la Comunidad gallega hay, “según estimaciones oficiales, unas 54.000 hectáreas” pobladas con castaños, -bien masas puras o formaciones mixtas-, pero en una parte importante de esas extensiones los frutos se quedan en el suelo. Según el presidente de la IGP, se debe a que muchos soutos son minifundios de propietarios ya mayores que apenas recogen para el autoconsumo, otros están abandonados y algunos se encuentran en zonas montañosas de difícil acceso.

En conjunto, habría unas 25.000-30.000 hectáreas de soutos tradicionales cuyo potencial productivo infrautilizado hacen perder unos 100 millones de euros al año por la castaña que cada otoño se queda sin recoger. Se puede decir, pues, que el sector casteñeiro gallego funciona a medio gas, teniendo en cuenta que en la actualidad genera un volumen de negocio de, precisamente, “unos 100 millones de euros”. Exprimir mejor su rentabilidad es la meta.

En el seno de la IGP se han puesto manos a la obra. “Tratamos de ordenar el sector, promover la certificación, ofrecer información a los productores, etcétera, con el gran reto de profesionalizarlo”, afirma Quintá García antes de recalcar que, para ello, resulta fundamental que las administraciones miren hacia un castaño al que no han prestado apenas atención, ya que, por su componente tradicional y su carácter pequeño, ha venido funcionando por sí solo. Ni siquiera ha estado contemplado en la PAC, lamenta el máximo representante del marchamo de calidad no sin dejar de subrayar que “10.000 personas recogen castaña en Galicia” y que, por tanto, su aprovechamiento tiene un gran peso social y medioambiental, ya que genera empleo en el medio rural, ayuda a fijar población, y, además, representa “un potente cortafuegos” si existe una correcta plantación, hecho fundamental para una Comunidad que sufre siete de cada diez incendios que se producen en España.

Las primeras respuestas ya han llegado. Así, la Consejería de Medio Rural de la Xunta ha abierto varias líneas para recuperar esos soutos tradicionales con nuevos castaños de fruto, una cuestión que para el presidente del Consejo es de máxima importancia ya que muchos de los árboles fueron “plantados por nuestros abuelos” y suman, “50, 70, 100 años”, con lo que su rentabilidad está muy mermada.

Según el también gerente de Alibós Galicia, una de las mayoras productoras mundiales de castaña pelada y congelada, es necesario profundizar en la recuperación y adecuación de los soutos tradicionales para “poder mecanizar algunas de las tareas que conlleva la actividad” y, paralelamente, “introducir variedades más demandadas por el mercado, más productivas y más rentables”; para, en definitiva, favorecer esa transición hacia la profesionalización.

Desde la IGP se está poniendo también un especial interés en la promoción y divulgación de la castaña como materia prima en la cocina. No en vano, se trata de un producto, incide Quintá, muy versátil más allá de su consumo en fresco, que lo mismo adereza cremas, que guisos, salsas o postres. Asimismo, es un fruto “saludable para el organismo, noble, prácticamente ecológico” y muy valorado en países como Suiza o Japón, en los que se presta especial atención a la alimentación saludable y en los que el consumo de castaña per capita despunta.

Busca, pues, la castaña gallega, más protagonismo en la restauración, más consumo per capita en España, más espacio en los montes y, en definitiva, más peso en la economía regional; en una economía a la que aporta cuatro industrias de transformación y 30 comercializadoras que convierten a Galicia en una de las grandes potencias mundiales en el mercado, sumando entre ambos eslabones de la cadena de valor un millar de empleos fijos.

Por esas industrias y comercializadoras pasarán esta campaña unos 15 millones de kilos de castañas gallegas, que suponen una merma importante con respecto a los alrededor de 20 que se han venido recolectando en los últimos años. Detrás de este fuerte descenso, la avispilla del castaño, un insecto que entró en España hace unos cinco años, que “se come la hoja del castaño, lo debilita, le provoca un hongo y lo mata para la producción” y que, tras colarse en Cataluña y Andalucía, puso en alerta a los castañeiros gallegos. “Advertimos al Ministerio”, recuerda Jesús Quintá y, dando la batalla, consiguieron que la Xunta introdujera la torymus, otra avispa que se come los huevos de la avispilla del castaño y que se ha erigido en la única capaz de combatirla. Gracias a la suelta controlada de 1.500.000 ejemplares cada año, “la merma de la producción aquí no ha sido tan importante, del entorno del 30%”, mientras que países como Italia han llegado a perder hasta el 90% de su cesta.

“Sí se puede vivir de la castaña”

La avispilla es el gran problema al que se enfrentan los soutos gallegos hoy, pero no el único. También, explica el presidente del Consejo Regulador de la IGP, arrastran otros hándicaps perpetuados en el tiempo: los propietarios de toda la vida tienen una mentalidad muy tradicional, cogen para el consumo familiar o venden por su cuenta como han hecho siempre, y no quieren plegarse a un reglamento como el que implica el sello de calidad -sólo unas 180 toneladas son certificadas”-; y, paralelamente, a los jóvenes les cuesta entrar porque han de hacerlo con nuevas plantaciones que “tardan unos siete u ocho años en empezar a producir”, si bien, recalca Quintá García, “luego son para siempre, necesitan pocos cuidados” y, lo más importante, “son muy rentables”. “Una hectárea de castaños, contando que el kilo alcanza un precio de unos dos euros para el productor, supone un rendimiento de unos 5.000-10.000 euros al año”, afirma para animar la ansiada profesionalización con una conclusión: “Sí se puede vivir de la castaña”.