Un unicornio en mi garaje

Nada más incierto que el futuro de un emprendedor apoyado, solamente, en el deslumbramiento que le produce el brillo original de un proyecto de startup que, ya antes de ponerlo en marcha, le parece maravilloso, incuestionable e imbatible. Peor aun si, confiando en sus cursos de management o programación o en el GPT Chat, omite bajar a tierra y comprobar todo lo aprendido, chequeando cómo aplica a su propuesta -ítem por ítem- o cómo encaja en cada capítulo de su plan de negocio (descontando, por supuesto, que ha tomado los recaudos para desarrollarlo con precisión y fundamentos soportables).

Aunque, sin embargo, podría afrontar un riesgo todavía mayor y bastante frecuente: la pereza a la hora de validar cada una de las suposiciones contempladas en su programa. O más grave, aun: la negación o subestimación de evidencias -o el desvío de la mirada-, cuando no se corresponden con las proyecciones estimadas.

Es que el atractivo de soñar con crear súper compañías apoyadas en marcos de alta tecnología, partiendo de una idea potente y disruptiva sembrada en un garaje y aspirando a convertirla prontamente en un unicornio (una empresa que valga mil millones de dólares, antes de cotizar en bolsa), suele encandilar, cada vez con mayor frecuencia, a emprendedores de todo el mundo que, con la efervescencia del entusiasmo inicial, avanzan, a menudo, omitiendo o postergando etapas que, especialmente en el caso de las inversiones de capital de riesgo, son tan imprescindibles. Por ejemplo, como el tener claro que cualquier expectativa de crecimiento y consolidación de valor, solo admite ser planteada a largo plazo y con el mejor nivel de profesionalidad disponible.

Mucho más aun, cuando se trata de proyectos enfocados, desde la innovación, en dar respuestas transformadoras en las áreas de los grandes desafíos de estos tiempos: energía, biotecnología, ciberseguridad, alimentación, salud, cambio climático, transporte, ingeniería aeroespacial, tecnología informática, inteligencia artificial, etc.

Es que el rol del tiempo ha cambiado en más de un sentido: todo sucede de un modo más veloz. Hasta las megacorporaciones exitosas vienen degradando progresivamente su otrora amplio rango de vida útil. Sin innovación -el cambio, entendido como lo único permanente-, ya nadie les garantiza la sobrevida original.

Pero también, en el caso de proyectos que especulan con seducir a fondos de inversión que -de la noche a la mañana-les cambien la vida a las vanguardias de garaje, resulta indispensable considerar -en términos de tiempo- la paciencia y la financiación necesarios para autoabastecerse y seguir avanzando hasta que esas decisiones maduren y abran el grifo.

Solo se trata de procurar evitar los efectos colaterales indeseables de pasos en falso involuntarios, o del tiempo que demandan ciertos procesos o derivados de desconocimientos o apresuramientos que, tal como acusan las estadísticas, empujan a más del 70% el nivel de fracaso prematuro de las startups relevadas en cualquier rincón del planeta, especialmente si no han contado con acompañamientos eficaces de incubadoras o aceleradoras de proyectos.

Explorar las causas más frecuentes por las que tantos emprendimientos acaban mal, nos lleva, según los casos, a uno o más motivos.

Entre ellos, la elección de un producto o un servicio que el mercado no estaba necesitando y cuya decisión no parece dispuesto a modificar; o la elección de una localización geográfica equivocada, cuando la comercialización del producto o servicio depende de una cierta cuota de circulación física de público.

También está la formulación de un plan de negocio fallido, a causa de la incorrecta ponderación de algunos factores críticos de su matriz económica: escala del proyecto, inversiones requeridas, normas regulatorias, proyección de elasticidades cruzadas, rentabilidad estimada, gestión del tiempo, flujo financiero, etc.

Otro motivo es la ausencia de inversores que aseguren la provisión oportuna de fondos necesarios para el desarrollo del plan estratégico, en armonía con los requerimientos de un cash-flow sustentable. Y, asimismo, errores en la determinación de costos y en la política de fijación de precios.

En esta línea aparece la inadecuada evaluación del valor diferencial efectivo con la competencia, de sus fortalezas o de su potencial, tanto en productos o servicios similares como en mercados con capacidad sustitutiva.

Otro factor es el diseño poco eficaz del plan de marketing omnicanal, del manejo de las redes sociales, del branding, de la creación de una narrativa inteligente para asegurarse el engagement, de la experiencia del usuario, de la digitalización de los procesos o de la aplicación de la inteligencia artificial a sistemas de control y a juegos de modelaje predictivo.

Finalmente, la elección inadecuada del equipo de colaboradores, con baja identificación con la misión, la visión y los valores del proyecto o con escasa tolerancia a las demandas de creatividad, innovación, agilidad y eficiencia en el seguimiento y en la plena ejecución del plan estratégico.

Los ocho son aspectos clave para evitar malograr tiempo, talento y esfuerzo en el diseño de una startup. Sin embargo, equivocarse en el primero puede llegar a ser fatal para cualquier proyecto. Y es que la necesidad de validar, con todas las evidencias y estudios posibles, la factibilidad del interés real de un público objetivo por un producto o un servicio es -qué duda cabe- el aporte imprescindible con el que la profesionalización del entusiasmo emprendedor puede contribuir a transitar con éxito el camino virtuoso del pensamiento estratégico aplicado.